sábado, 30 de julio de 2011

Tarde de perros

El perro caminaba predispuesto, revoloteando su cola de un lado hacia otro. Su dueño lo miraba al hacerlo y lo acariciaba de a ratos. Llegaron al parque minutos después y el sol estaba sofocante. Su dueño no lo soltó hasta que no encontró a otra dueña, de otro perro, para conocer. Cuando se sintió libre corrió hacia todos lados, dejando que la suave brisa que producía su correr fluyera por sus pelos. Cerraba los ojos al hacerlo e iba sin saber por donde pisaba, ni que se chocaba. Se imaginaba que era un lobo corriendo por las frías nevadas. Sentía sus patas congeladas y el dolor que le causaba el caminar. A veces se imaginaba que era cazado por un humano y otras que era el quien cazaba. Ambas lo hacían correr aun más rápido. Cada tanto abría los ojos, casi sin ganas y el calor entraba alejando su fría imaginación. Después de un rato se aburría y se disponía a hacer otras cosas. Molestaba a otros perros que jugaban tranquilamente, muchas veces consiguiendo una pelea. Le encantaba conseguirlas, mordisquear y raspar a los otros. Pero sobre todo le encantaba cuando tenía la pelea casi ganada y que con un simple gruñido los liquidaba, haciéndolos huir despavoridos. Esa tarde consiguió una y, como siempre, la gano.
Como no estaba cansado decidió que quería seguir dando vueltas. Cruzo la calle hacia la fuente y, como tenía calor, se metió en ella. Estuvo un rato hasta que lo sacaron un par de chicos. Se sacudió, mojando a todos lo que estaban cerca suyo y continúo con su paseo. Se metió en el Anfiteatro y toreo a un par de gatos que dormían en unos escalones. El anfiteatro era gigantesco pero todo de cemento, odiaba el cemento. Pasaba por ahí únicamente para poder tomar un caminito del costado que lo llevaba a un mini bosque totalmente oculto. Entro en el paseándose entre los árboles casi sin cruzarse a nadie. Acelero un poco su marcha para poder esquivar unas piedras que le habían tirado unos chicos y de repente se freno. Se quedo duro y, girando su cabeza hacia un costado, miro lo que había encontrado. Delante de él estaba una joven pareja cogiendo entre los arbustos. Ya había visto a su dueño un par de veces hacerlo, pero estos se veían terriblemente patéticos. Se les notaba en la cara que el chico era el que mas ganas tenia de hacerlo y que ella no estaba tan segura. Se aguanto la risa y siguió su camino. Subió por una colina y salio devuelta al parque.
Se sentía cansado, había estado caminando por horas. Con sus últimas fuerzas dio una corrida hasta su dueño. Cuando llego el estaba solo, no le había ido tan bien con la otra dueña pensó. El estaba sentado en un banco bajo los árboles escribiendo en su cuaderno; cuando lo vio llegar dejo todo y lo llamo con ganas. El perro se le acerco revoloteando la cola y lamió sus manos, luego salto al banco y recostó su cabeza sobre sus piernas. Se sentía cansado, con sueño y hambre. Se moría de ganas de comer algo rico esa noche. Ravioles, su comida preferida. Aunque sabia que hacia demasiado calor para que él se pusiera a cocinar. Pensaba todo esto y se quedaba dormido. La mano de su dueño no ayudaba a mantenerlo despierto, lo adormecía más con cada caricia. Pero antes de dormirse tenía que saber que comería, y se lo preguntó.

-¿Qué vamos a comer esta noche?

- Creo que voy a pedir unas pizzas, ¿te parece bien?

-Si, me encantan.

Luego dio un último gran suspiro, cerró sus ojos y quedo completamente dormido. Soñó que comía tres grandes platos de ravioles y que no hacia tanto calor.

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